Neymar llena de lágrimas el espectáculo de Brasil

Los Mundiales no tendrían sentido sin Brasil. La mística se confunde con la teatralidad, y el arte con el sufrimiento. Como si la vida de verdad fuera la que transcurre con la camiseta amarilla de las estrellas puesta, y el resto sólo el incómodo aderezo. Sólo así uno puede entender el gesto sombrío de Neymar, y después su llanto, cuando tuvo que retirarse del campo lesionado con un esguince de tobillo. En 2014 un rodillazo de Zúñiga le obligó a ver el 1-7 contra Alemania en una silla de ruedas. En 2018, jugó cojo buena parte del torneo hasta que Courtois lo acabó sacando de Rusia. El malditismo le persigue. Le acecha.

Tanto que la belleza previa quedó empañada. Incluso esas imágenes de los futbolistas brasileños, incluidos los del banquillo, corriendo como locos ante cada uno de los goles de Richarlison frente a la dura Serbia en el estreno del combinado de Tite.

Sí, Richarlison es ese nueve de rubio platino que se hartó a llorar cuando supo que podría formar parte de esta selección. Una lesión había comprometido su presencia. Pero Tite, que ya penó no haber tenido un nueve estable en el pasado Mundial, pensó que el chico algo podría hacer. Y que éste no sería el torpe Serginho del Mundial de España de 1982. Richarlison no solo dio la razón a su entrenador, sino que protagonizó uno de los momentos del Mundial en el gol que enterraba a Serbia. Vinicius, crecido en su debut en Qatar, habilitó al ariete con un centro con el exterior. Y Richarlison convirtió aquello en una obra de arte. Con la izquierda controló. Y sin perder de vista la pelota, como si sus pies tuvieran ojos, giró y se suspendió en el aire para terminar con un derechazo. El estadio de Lusail entró en un nirvana ante lo que acababa de suceder. Ahí acabó la resistencia serbia.

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