«Cuando en el juicio conté la historia, lo que le había pasado a mi hija, lo que hice después, varios integrantes del jurado popular se largaron a llorar. Maté al tipo que abusó de mi hija, pero lo hice sin entender qué hacía, se me nubló todo esa noche… Creo que ellos me entendieron y por eso ahora estoy libre. Yo no fui criado para matar a otra persona, pero había abusado de mi hija».
A Fernando Matías Vila se le entrecorta la voz. Tiene 33 años, es de Bahía Blanca y cuando aún su caso impacta en los medios detiene unos minutos su tarea en la obra en construcción donde trabaja ahora. Y recuerda todo, menos ese lapso fatal que lo llevó a matar.
Un jurado popular lo condenó este martes a una pena menor a tres años y no irá a la cárcel, adonde de todos modos pasó los nueve meses posteriores al crimen del hombre que abusó de una de sus hijas.
Entendiendo que había actuado bajo «emoción violenta», los doce ciudadanos convocados para definir la suerte de Vila dieron ese veredicto al Tribunal Oral en lo Criminal (TOC) 2 bahiense, a cargo del juez técnico Eugenio Casas. La fiscalía, en tanto, había pedido que sea condenado por homicidio simple: de 8 a 25 años.
«Nosotros vivimos dos años en un departamento que estaba atrás de la casa de este hombre. Mi mujer, una hija que ella había tenido con con su ex pareja, nuestras otras dos hijas y yo. Decidimos alquilar porque la casa que estaba haciendo no estaba terminada», le cuenta Vila a Clarín.
Cuando ya casi estaba lista la nueva casa de la familia, decidieron irse a vivir ahí, aunque solo les faltaba el baño. «Hice uno chiquito atrás, en el patio, afuera de la casa», detalla. Ahi empezó a saberse lo peor de esta historia.
«Era un sábado a la noche, al otro día era el Día de la Madre. Yo había trabajado todo el día en el Polo Petroquímico. Terminamos de cenar y una de las nenas, la del medio, que tenía 5 años, pide ir al baño y va con la mamá. Cuando vuelven, mi esposa me cuenta que la chiquita le había dicho que el hombre al que le habíamos alquilado dos años en varias ocasiones la había tocado, le metía la mano en la ropa interior y esas cosas», relata.
Ya era medianoche. Solo recuerda que sintió algo que nunca antes había vivido, que así como estaba tomó una cuchilla que estaba arriba de la mesada, se subió a la moto y recorrió las casi 30 cuadras que lo separaban de la casa de este hombre, adonde Matías y su familia habían vivido dos años.
«Desde que llegué y hasta que volví a mi casa, temblando, no recuerdo nada. No sé ni cómo lo maté. Luego me enteré: le había pegado seis puñaladas. Llegué, abracé a mi mujer, Cristel, y le dije que había herido al abusador de nuestra hija. Luego llegó todo este calvario», repasa.
Vila había llegado a alquilar allí por un contacto de la ex pareja de su mujer. Les quedaba cerca del terreno y de la obra, de su futura casa. Al tiempo se mudaron, pero todo quedó congelado en ese instante fatal: «Enseguida quedé detenido y me llevaron preso a la Unidad 4 acá de Bahía».
«Estuve nueves meses ahí. Dudaban de la emoción violenta, recién pude salir bajo juramento y a la espera del juicio. Primero tuve un abogado particular, luego un defensor oficial, Augusto Duprat, que me ayudó mucho», reconstruye.
Cuando revive todo lo ocurrido en estos tres años, no deja de lado que el Estado nunca los ayudó, que ellos mismos tuvieron que pagar el apoyo psicológico de su hija y que la Justicia tuvo sus fallas.
«No le querían hacer la Cámara Gesell a mi hija, mi primer abogado tuvo que insistir para que se la hicieran y recién allí entendieron que la nena había sido abusada. Era tremendo, no nos creían lo de los abusos», dice.
El hecho por el que fue condenado Vila se produjo el 20 de octubre de 2019 en una casa ubicada en calle El Resero al 300, barrio Avellaneda, al norte de la ciudad de Bahía Blanca.
Ahora, en dos jornadas se revolvió el juicio. Vila cuenta que no paraba de temblar, de sentir que si no tomaban en cuenta lo de la emoción violenta, podía pasar buena parte de su vida en la cárcel.
El hecho de haber manejado su moto, con una cuchilla en una de sus manos, durante unos tres kilómetros era argumento para pensar en una premeditación. Aunque la furia de un padre por el abuso sufrido por una hija, no tener registro claro del ataque, era su defensa. «Por eso cuando conté todo, varios en el jurado lloraban», remarca.
«Siento un alivio, no volver a la cárcel, que mis hijas me vean trabajar y bien, que mi angelito, que ahora tiene 9 años, esté mejor. Pero nadie me va a sacar de encima esto que hice, lo llevaré conmigo para siempre. Sé que la víctima era y es mi hija. Pero no debí llegar a matar a esa persona», se lamenta.
Sin sentirlo como un alivio, la reacción de la sociedad bahiense en algún punto lo cobijó. «Al tiempo nos enteramos que el monstruo ese era un abusador serial. Una sobrina suya, que había sido víctima también, por año, llamó a mi esposa para pedirle perdón y se lamentaba de no haberlo denunciado. Empezaron a salir antecedentes así. Si hubiese sabido, obvio que jamás hubiera le hubiera alquilado, llevar mi familia ahí», dice.
Ahora Vila volvió a trabajar, luego de varios años a la deriva, nadie quería contratar a un acusado de homicidio. Un conocido le dio trabajo y volvió a la albañilería. Habla, repasa, denuncia y se lamenta. Le duele todo, claro.
Y de todos modos, tiene claro qué es lo más importante: «Quiero decirles a los padres que cuiden a sus hijos, que les crean, cuando hablan, que les crean. Y hagan la denuncia. No salgan como locos y no hagan lo que hice».