El concepto de años bisiestos surge debido a la necesidad de sincronizar el calendario con el año solar real, que dura 365 días, 5 horas, 48 minutos y 46 segundos.
El calendario común de 365 días se retrasa aproximadamente un cuarto de día cada año en relación con el año solar. Sin los años bisiestos, la temporada de verano, por ejemplo, cambiaría gradualmente de mes con el tiempo.
En la antigüedad, diversas culturas tenían calendarios basados en fases lunares, pero estos no eran ideales para rastrear las estaciones. Los romanos, por ejemplo, ajustaban su calendario lunar añadiendo un mes adicional cada pocos años, lo cual resultaba inconsistente y generaba confusión.
Julio César propuso el calendario juliano en el año 46 a.C., estableciendo que cada cuatro años se añadiera un día adicional. Aunque más preciso, aún acumulaba errores. En el siglo XVI, el calendario tenía un retraso de 10 días, y para corregirlo, el papa Gregorio XIII introdujo el calendario gregoriano en 1582, eliminando 10 días adicionales. Esta versión moderna incluye la regla de que los años divisibles por cuatro son bisiestos, excepto los años centenarios, que deben ser divisibles por 400 para serlo.
Los años 800, 1200 y 2000 fueron bisiestos, pero 1700, 1900 y 2100 no lo son. Esto ajusta la duración media del año gregoriano a 365,2425 días, siendo más preciso que el calendario juliano. Aunque aún acumula errores, estos solo se notarían cada 3.333 años. En resumen, los años bisiestos son una solución práctica para alinear nuestro calendario con el año solar real, asegurando que las estaciones sigan ocurriendo en el mismo período del año.