Jaime Cárdenas Pardo (32) sería el villano de cien películas si no fuera porque nació en Latinoamérica. Se cree que a los 23 años había matado a por lo menos 30 personas, aunque pueden haber sido más.
Las crónicas consignan que llegó al mundo en Santa Cruz (Bolivia) en 1987. «No tuve una infancia violenta ni nada de eso», aclara él. Ni sus padres ni sus nueve hermanos lograron evitar que a los 11 empezara a beber y a los 14 a robar. Del alcohol pasó a las pastillas y a partir de ahí derrapó por una ladera llena de tumbos y de sangre.
Según sus propias palabras, la primera vez que mató fue en La Paz, esa capital a un tiempo bella y cruel que retrató en carne viva el escritor Víctor Hugo Vizcarra. Fue por robar un celular. Ratero en ciernes, su calendario se iba deshojando. En Cochabamba cayó detenido por homicidio, pero como no tenía documento y era menudo, mintió sobre su edad y terminó libre.
Entre robos y narcomenudeo, el «Jimmy» descubrió un talento oculto: tenía habilidad para matar. De ahí que -según algunos investigadores- se dedicó al sicariato. Se conjetura que por cada persona que mataba, recibía cientos, miles de dólares que le permitían comprar nuevas drogas.
Así lo atraparon
Mientras maduraba en el mundo del hampa, Cárdenas conoció a Ever Albis, un ex efectivo policial con el que empezó a cometer fechorías. Una noche de 2009 ambos se citaron con dos chicas muy jóvenes, Marfa Delgado Rosso y Nairoby Alexis Muñoz Siles. Las llevaron a la zona de La Calancha, en Sucre, y luego quisieron abusar de ellas. Ante el rechazo, el «Jimmy» las atacó con un cuchillo, las violó y las desfiguró, para luego rematarlas.
Sin embargo, el novio de una de las chicas era un poderoso empresario que contrató gente para vengarse. «Consiguió tipos con la sangre más fría que yo«, contó en su momento Cárdenas. Los asesinos rastrearon al «Jimmy» y, al no dar con él, averiguaron que tenía un hijito: apuñalaron al nene.
«Me dio tanta bronca que se la agarraran con mi hijo, que como respuesta tuve que matar a quince personas: diez cruceños, dos de Cochabamba y tres de Sucre», explicó después, con su lógica insólita, el homicida.
En 2011 lo atraparon. Fue de casualidad. Quiso robarle el celular a Zarael Cotrina Burgoa y falló. Cerca había policías que lo arrestaron sin saber que tenían entre manos a uno de los hombres más buscados de Bolivia. En el juicio posterior fue condenado a treinta años de prisión por el crimen de las dos chicas. Ever Alvis, el ex policía que había sido su cómplice, recibió idéntica pena.
Antes de retirarse del tribunal, Cárdenas le arrojó una botella de agua a la fiscal de la causa, que atinó a salir corriendo.
Las autoridades sospechan que en su largo derrotero de crímenes, el Jimmy fue tejiendo contactos con los elementos corruptos de las Fuerzas de Seguridad. Tal vez por eso en 2012 se escapó y permaneció prófugo durante más de 35 días. Lo agarraron en Yucumo, en la provincia de Beni.
En otra de sus intervenciones, ya más tranquilo, el «Jimmy» explicó su particular perspectiva de la vida.
¿Final feliz?
El final de esta historia es abierto. Para algunos será feliz. Para otros, la jugarreta final de un psicópata. Lo concreto es que Cárdenas, habiendo aparentemente agotado su potencial para el crimen, se volcó a la religión. En las redes se lo puede ver cambiado, emocionado incluso, «siguiendo la palabra de Cristo».
¿Verdad o actuación? ¿Sonríe el Jimmy para sus adentros cuando alguien cree en su «liberación», o se trata de un auténtico converso? Son preguntas demasiado profundas para el reducido espacio de esta crónica.
Fuente: mdz