Lo cierto es que el ser humano adulto tiene incrustado en su ADN una cierta propensión a correr al baño después de ingerir algunos productos lácteos. Esta desafortunada predisposición a la flatulencia incontrolada o incluso a la diarrea se debe a la intolerancia a la lactosa, la misma que no aparecía cuando éramos niños y nos alimentábamos con leche sin problemas.
Y es que la capacidad de digerir la lactosa (el azúcar que se encuentra en la leche de los mamíferos) es una característica que tienen casi todos los bebés. La mayoría de ellos usan las llamadas enzimas lactasa en el intestino delgado para descomponer innumerables moléculas de lactosa en glucosa y galactosa, haciéndolas más fáciles de absorber por el revestimiento intestinal.
Al igual que con otros mamíferos, la persistencia de la lactasa es importante en los seres humanos durante la infancia, especialmente durante los años de lactancia para poder digerir la leche producida por las madres. Sin embargo, con el tiempo, las personas continúan conservando la capacidad de digerir la lactosa hasta la edad adulta, aunque en diversos grados. Es más, con 5 años muchas personas comienzan a experimentar una disminución drástica de la cantidad de esta enzima.
De hecho, se cree que todos los seres humanos de las primeras civilizaciones se volvieron intolerantes a la lactosa después de los años del destete. Fue solo durante la invención de la agricultura hace algunos miles de años cuando se permitió que las culturas del hemisferio occidental finalmente desarrollaran la persistencia de la lactasa. De esta forma, los humanos evolucionaron como una nueva fuente de lactosa distinta de la leche materna que se hizo disponible a través de la domesticación de animales.
Y desde una perspectiva evolutiva, algunos países han desarrollado una mejor estructura genética para tolerar la lactosa que otros, y eso es así simplemente porque consumen más leche. Por ejemplo, en comparación con los países que se benefician más de la luz solar al estar cerca del ecuador, los países del norte de Europa necesitaban consumir más leche para obtener más calcio, ya que carecen de vitamina D del sol.
Esas culturas que dependían de los lácteos como una fuente importante de nutrición crearon una presión de supervivencia sobre sus miembros. Aquellos individuos que podían absorber lactosa tenían más probabilidades de sobrevivir y transmitir sus genes, incluidos los de la digestión de lactosa. Los que tenían problemas para absorber la lactosa experimentaron diarrea, malabsorción de otros nutrientes y eran más susceptibles a las enfermedades y a una muerte más temprana, lo que reducía sus posibilidades de establecer una familia intolerante a la lactosa.
Esta es la razón por la que las tasas de intolerancia entre los europeos del norte pueden llegar al 5% de los adultos, mientras que en algunas comunidades asiáticas o africanas pueden llegar hasta más del 90%.